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26.3.07

MUSICA :: Jaime Roos "Fuera de Ambiente"

4.12.06

21.11.06

Borges :: Relatos ( I )

Cuentos
:: El asesino desinteresado Bill Harrigan (Historia universal de la infamia, 1934)
:: El incivil maestro de ceremonias Kotsuké no Suké (Historia universal de la infamia, 1934)

El asesino desinteresado Bill Harrigan
La imagen de las tierras de Arizona, antes que ninguna otra imagen: la imagen de las tierras de Arizona y de Nuevo México, tierras con un ilustre fundamento de oro y de plata, tierras vertiginosas y aéreas, tierras de la meseta monumental y de los delicados colores, tierras con blanco resplandor de esqueleto pelado por los pájaros. En esas tierras, otra imagen, la de Billy the Kid: el jinete clavado sobre el caballo, el joven de los duros pistoletazos que aturden el desierto, el emisor de balas invisibles que matan a distancia, como una magia.
El desierto veteado de metales, árido y reluciente. El casi niño que al morir a los veintiún años debía a la justicia de los hombres veintiuna muertes—"sin contar mejicanos".

EL ESTADO LARVAL
Hacia 1859 el hombre que para el terror y la gloria sería Billy the Kid nació en un conventillo subterráneo de Nueva York. Dicen que lo parió un fatigado vientre irlandés, pero se crió entre negros. En ese caos de catinga y de motas gozó el primado que conceden las pecas y una crencha rojiza. Practicaba el orgullo de ser blanco; también era esmirriado, chúcaro, soez. A los doce años militó en la pandilla de los Swamp Angels (Ángeles de la Ciénaga), divinidades que operaban entre las cloacas. En las noches con olor a niebla quemada emergían de aquel fétido laberinto, seguían el rumbo de algún marinero alemán, lo desmoronaban de un cascotazo, lo despojaban hasta de la ropa interior, y se restituían después a la otra basura. Los comandaba un negro encanecido, Gas Houser Jonas, también famoso como envenenador de caballos.
A veces, de la buhardilla de alguna casa jorobada cerca del agua, una mujer volcaba sobre la cabeza de un transeúnte un balde de ceniza. El hombre se agitaba y se ahogaba. En seguida los Ángeles de la Ciénaga pululaban sobre él, lo arrebataban por la boca de un sótano y lo saqueaban.
Tales fueron los años de aprendizaje de Bill Harrigan, el futuro Billy the Kid. No desdeñaba las ficciones teatrales; le gustaba asistir (acaso sin ningún presentimiento de que eran símbolos y letras de su destino) a los melodramas de cowboys.

GO WEST!
Si los populosos teatros del Bowery (cuyos concurrentes vociferaban «¡Alcen el trapo!" a la menor impuntualidad del telón) abundaban en esos melodramas de jinete y balazo, la facilísima razón es que América sufría entonces la atracción del Oeste. Detrás de los ponientes estaba el oro de Nevada y de California. Detrás de los ponientes estaba el hacha demoledora de cedros, la enorme cara babilónica del bisonte, el sombrero de copa y el numeroso lecho de Brigham Young, las ceremonias y la ira del hombre rojo, el aire despejado de los desiertos, la desaforada pradera, la tierra fundamental cuya cercanía apresura el latir de los corazones como la cercanía del mar. El Oeste llamaba. Un continuo rumor acompasado pobló esos años: el de millares de hombres americanos ocupando el Oeste. En esa progresión, hacia 1872, estaba el siempre aculebrado Bill Harrigan, huyendo de una celda rectangular.

DEMOLICIÓN DE UN MEJICANO
La Historia (que, a semejanza de cierto director cinematográfico, procede por imágenes discontinuas) propone ahora la de una arriesgada taberna, que está en el todopoderoso desierto igual que en alta mar. El tiempo, una destemplada noche del año 1873; el preciso lugar, el Llano Estacado (New México). La tierra es casi sobrenaturalmente lisa, pero el cielo de nubes a desnivel, con desgarrones de tormenta y de luna, está lleno de pozos que se agrietan y de montañas. En la tierra hay el cráneo de una vaca, ladridos y ojos de coyote en la sombra, finos caballos y la luz alargada de la taberna. Adentro, acodados en el único mostrador, hombres cansados y fornidos beben un alcohol pendenciero y hacen ostentación de grandes monedas de plata, con una serpiente y un águila. Un borracho canta impasiblemente. Hay quienes hablan un idioma con muchas eses, que ha de ser español, puesto que quienes lo hablan son despreciados. Bill Harrigan, rojiza rata de conventillo, es de los bebedores. Ha concluido un par de aguardientes y piensa pedir otro más, acaso porque no le queda un centavo. Lo anonadan los hombres de aquel desierto. Los ve tremendos, tempestuosos, felices, odiosamente sabios en el manejo de hacienda cimarrona y de altos caballos. De golpe hay un silencio total, sólo ignorado por la desatinada voz del borracho. Ha entrado un mejicano más que fornido, con cara de india vieja. Abunda en un desaforado sombrero y en dos pistolas laterales. En duro inglés desea las buenas noches a todos los gringos hijos de perra que están bebiendo. Nadie recoge el desafío. Bill pregunta quién es, y le susurran temerosamente que el Dago—el Diego—es Belisario Villagrán, de Chihuahua. Una detonación retumba en seguida. Parapetado por aquel cordón de hombres altos, Bill ha disparado sobre el intruso. La copa cae del puño de Villagrán; después, el hombre entero. El hombre no precisa otra bala. Sin dignarse mirar al muerto lujoso, Bill reanuda la plática. "¿De veras?", dice. "Pues yo soy Bill Harrigan, de New York." El borracho sigue cantando, insignificante.
Ya se adivina la apoteosis. Bill concede apretones de manos y acepta adulaciones, hurras y whiskies. Alguien observa que no hay marcas en su revólver y le propone grabar una para significar la muerte de Villagrán. Billy the Kid se queda con la navaja de ese alguien, pero dice "que no vale la pena anotar mejicanos". Ello, acaso, no basta. Bill, esa noche, tiende su frazada junto al cadáver y duerme hasta la aurora —ostentosamente.

MUERTES PORQUE SÍ
De esa feliz detonación (a los catorce años de edad) nació Billy the Kid el Héroe y murió el furtivo Bill Harrigan. El muchachuelo de la cloaca y del cascotazo ascendió a hombre de frontera. Se hizo jinete; aprendió a estribar derecho sobre el caballo a la manera de Wyoming o Texas, no con el cuerpo echado hacia atrás, a la manera de Oregón y de California. Nunca se pareció del todo a su leyenda, pero se fue acercando. Algo del compadrito de Nueva York perduró en el cowboy, puso en los mejicanos el odio que antes le inspiraban los negros, pero las últimas palabras que dijo fueron (malas) palabras en español. Aprendió el arte vagabundo de los troperos. Aprendió el otro, más difícil, de mandar hombres; ambos lo ayudaron a ser un buen ladrón de hacienda. A veces, las guitarras y los burdeles de Méjico lo arrastraban.
Con la lucidez atroz del insomnio, organizaba populosas orgías que duraban cuatro días y cuatro noches. Al fin, asqueado, pagaba la cuenta a balazos. Mientras el dedo del gatillo no le falló, fue el hombre más temido (y quizá más nadie y más solo) de esa frontera. Garrett, su amigo, el sheriff que después lo mató, le dijo una vez: "Yo he ejercitado mucho la puntería, matando búfalos." "Yo la he ejercitado más, matando hombres", replicó suavemente. Los pormenores son irrecuperables, pero sabemos que debió hasta veintiuna muertes— "sin contar mejicanos". Durante siete arriesgadísimos años practicó ese lujo: el coraje.
La noche del veinticinco de julio de 1880, Billy the Kid atravesó al galope de su overo la calle principal, o única, de Fort Sumner. El calor apretaba y no habían encendido las lámparas; el comisario Garrett, sentado en un sillón de hamaca en un orredor, sacó el revólver y le descerrajó un balazo en el vientre. El overo siguió; el jinete se desplomó en la calle de tierra. Garrett le encajó un segundo balazo. El pueblo (sabedor de que el herido era Billy the Kid) trancó bien las ventanas. La agonía fue larga y blasfematoria. Ya con el sol bien alto, se fueron acercando y lo desarmaron; el hombre estaba muerto. Le notaron ese aire de cachivache que tienen los difuntos.
Lo afeitaron, lo envainaron en ropa hecha y lo exhibieron al espanto y las burlas en la vidriera del mejor almacén.
Hombres a caballo o en tílbury acudieron de leguas a la redonda. El tercer día lo tuvieron que maquillar. El cuarto día lo enterraron con júbilo.


El incivil maestro de ceremonias Kotsuké no Suké
El infame de este capítulo es el incivil maestro de ceremonias Kotsuké no Suké, aciago funcionario que motivó la degradación y la muerte del señor de la Torre de Ako y no se quiso eliminar como un caballero cuando la apropiada venganza lo conminó. Es hombre que merece la gratitud de todos los hombres, porque despertó preciosas lealtades y fue la negra y necesaria ocasión de una empresa inmortal. Un centenar de novelas, de monografías, de tesis doctorales y de óperas, conmemoran el hecho—para no hablar de las efusiones en porcelana, en lapislázuli veteado y en laca. Hasta el versátil celuloide lo sirve, ya que la Historia Doctrinal de los Cuarenta y Siete Capitanes—tal es su nombre—es la más repetida inspiración del cinematógrafo japonés. La minuciosa gloria que esas ardientes atenciones afirman es algo más que justificable: es inmediatamente justa para cualquiera.
Sigo la relación de A. B. Mitford, que omite las continuas distracciones que obra el color local y prefiere atender al movimiento del glorioso episodio. Esa buena falta de "orientalismo" deja sospechar que se trata de una versión directa del japonés.


LA CINTA DESATADA
En la desvanecida primavera de 1702 el ilustre señor de la Torre de Ako tuvo que recibir y agasajar a un enviado imperial. Dos mil trescientos años de cortesía (algunos mitológicos), habían complicado angustiosamente el ceremonial de la recepción. El enviado representaba al emperador, pero a manera de alusión o de símbolo: matiz que no era menos improcedente recargar que atenuar. Para impedir errores harto fácilmente fatales, un funcionario de la corte de Yedo lo precedía en calidad de maestro de ceremonias. Lejos de la comodidad cortesana y condenado a una villégiature montaraz, que debió parecerle un destierro, Kira Kotsuké no Suké impartía, sin gracia, las instrucciones. A veces dilataba hasta la insolencia el tono magistral. Su discípulo, el señor de la Torre, procuraba disimular esas burlas. No sabía replicar y la disciplina le vedaba toda violencia. Una mañana, sin embargo, la cinta del zapato del maestro se desató y éste le pidió que la atara. El caballero lo hizo con humildad, pero con indignación interior. El incivil maestro de ceremonias dijo que, en verdad, era incorregible, y que sólo un patán era capaz de frangollar un nudo tan torpe. El señor de la Torre sacó la espada y le tiró un hachazo. El otro huyó, apenas rubricada la frente por un hilo tenue de sangre... Días después dictaminaba el tribunal militar contra el heridor y lo condenaba al suicidio. En el patio central de la Torre de Ako elevaron una tarima de fieltro rojo y en ella se mostró el condenado y le entregaron un puñal de oro y piedras y confesó públicamente su culpa y se fue desnudando hasta la cintura, y se abrió el vientre, con las dos heridas rituales, y murió como un samurai, y los espectadores más alejados no vieron sangre porque el fieltro era rojo. Un hombre encanecido y cuidadoso lo decapitó con la espada: el consejero Kuranosuké, su padrino.

EL SIMULADOR DE LA INFAMIA
La Torre de Takumi no Kami fue confiscada; sus capitanes desbandados, su familia arruinada y oscurecida, su nombre vinculado a la execración. Un rumor quiere que la idéntica noche que se mató, cuarenta y siete de sus capitanes deliberaran en la cumbre de un monte y planearan, con toda precisión, lo que se produjo un año más tarde. Lo cierto es que debieron proceder entre justificadas demoras y que alguno de sus concilios tuvo lugar, no en la cumbre difícil de una montaña, sino en una capilla en un bosque, mediocre pabellón de madera blanca, sin otro adorno que la caja rectangular que contiene un espejo. Apetecían la venganza, y la venganza debió parecerles inalcanzable.
Kira Kotsuké no Suké, el odiado maestro de ceremonias, había fortificado su casa y una nube de arqueros y de esgrimistas custodiaba su palanquín. Contaba con espías incorruptibles, puntuales y secretos. A ninguno celaban y vigilaban como al presunto capitán de los vengadores: Kuranosuké, el consejero. Éste lo advirtió por azar y fundó su proyecto vindicatorio sobre ese dato.
Se mudó a Kioto, ciudad insuperada en todo el imperio por el color de sus otoños. Se dejó arrebatar por los lupanares, por las casas de juego y por las tabernas. A pesar de sus canas, se codeó con rameras y con poetas, y hasta con gente peor. Una vez lo expulsaron de una taberna y amaneció dormido en el umbral, la cabeza revolcada en un vómito.
Un hombre de Satsuma lo conoció, y dijo con tristeza y con ira: ¿No es éste, por ventura, aquel consejero de Asano Takumi no Kami, que lo ayudó a morir y que en vez de vengar a su señor se entrega a los deleites y a la vergüenza? ¡Oh, tú indigno del nombre de Samurai!
Le pisó la cara dormida y se la escupió. Cuando los espias denunciaron esa pasividad, Kotsuké no Suké sintió un gran alivio.
Los hechos no pararon ahí. El consejero despidió a su mujer y al menor de sus hijos, y compró una querida en un lupanar, famosa infamia que alegró el corazón y relajó la temerosa prudencia del enemigo. Éste acabó por despachar la mitad de sus guardias.
Una de las noches atroces del invierno de 1703 los cuarenta y siete capitanes se dieron cita en un desmantelado jardín de los alrededores de Yedo, cerca de un puente y de la fábrica de barajas. Iban con las banderas de su señor. Antes de emprender el asalto, advirtieron a los vecinos que no se trataba de un atropello, sino de una operación militar de estricta justicia.

LA CICATRIZ
Dos bandas atacaron el palacio de Kira Kotsuké no Suké. El consejero comandó la primera, que atacó la puerta del frente; la segunda, su hijo mayor, que estaba por cumplir dieciséis años y que murió esa noche. La historia sabe los diversos momentos de esa pesadilla tan lúcida: el descenso arriesgado y pendular por las escaleras de cuerda, el tambor del ataque, la precipitación de los defensores, los arqueros apostados en la azotea, el directo destino de las flechas hacia los órganos vitales del hombre, las porcelanas infamadas de sangre, la muerte ardiente que después es glacial; los impudores y desórdenes de la muerte. Nueve capitanes murieron; los defensores no eran menos valientes y no se quisieron rendir. Poco después de media noche toda resistencia cesó.
Kira Kotsuké no Suké, razón ignominiosa de esas lealtades, no aparecía. Lo buscaron por todos los rincones de ese conmovido palacio, y ya desesperaban de encontrarlo cuando el consejero notó que las sábanas de su lecho estaban aún tibias. Volvieron a buscar y descubrieron una estrecha ventana, disimulada por un espejo de bronce. Abajo, desde un patiecito sombrío, los miraba un hombre de blanco. Una espada temblorosa estaba en su diestra. Cuando bajaron, el hombre se entregó sin pelear. Le rayaba la frente una cicatriz: viejo dibujo del acero de Takumi no Kami.
Entonces, los sangrientos capitanes se arrojaron a los pies del aborrecido y le dijeron que eran los oficiales del señor de la Torre, de cuya perdición y cuyo fin él era culpable, y le rogaron que se suicidara, como un samurai debe hacerlo.
En vano propusieron ese decoro a su ánimo servil. Era varón inaccesible al honor; a la madrugada tuvieron que degollarlo.

EL TESTIMONIO
Ya satisfecha su venganza (pero sin ira, y sin agitación, y sin lástima), los capitanes se dirigieron al templo que guarda las reliquias de su señor.
En un caldero llevan la increíble cabeza de Kira Kotsuké no Suké y se turnan para cuidarla. Atraviesan los campos y las provincias, a la luz sincera del día. Los hombres los bendicen y lloran. El príncipe de Sendai los quiere hospedar, pero responden que hace casi dos años que los aguarda su señor. Llegan al oscuro sepulcro y ofrendan la cabeza del enemigo.
La Suprema Corte emite su fallo. Es el que esperan: se les otorga el privilegio de suicidarse. Todos lo cumplen, algunos con ardiente serenidad, y reposan al lado de su señor. Hombres y niños vienen a rezar al sepulcro de esos hombres tan fieles.

EL HOMBRE DE SATSUMA
Entre los peregrinos que acuden, hay un muchacho polvoriento y cansado que debe haber venido de lejos. Se prosterna ante el monumento de Oishi Kuranosuké, el consejero, y dice en voz alta: Yo te vi tirado en la puerta de un lupanar de Kioto y no pensé que estabas meditando la venganza de tu señor, y te creí un soldado sin fe y te escupí en la cara. He venido a ofrecerte satisfacción. Dijo esto y cometió harakiri.
El prior se condolió de su valentía y le dio sepultura en el lugar donde los capitanes reposan.
Este es el final de la historia de los cuarenta y siete hombres leales —salvo que no tiene final, porque los otros hombres, que no somos leales tal vez, pero que nunca perderemos del todo la esperanza de serlo, seguiremos honrándolos con palabras.

Anecdotario de Borges


Anecdotario Borgeano, por Amalia Ugo de Ruiz Díaz

Sin pretensión de escritora, ni profesional ni habitual y al correr de los recuerdos, quisiera contarles anécdotas que aún no han sido apuntadas. Hombre inteligentísimo, irónico, fino, perspicaz y talentoso, Jorge Luis Borges siempre dio, da y dará qué hablar. Conozco varias anécdotas de su vida por Ruiz Díaz pero en dos oportunidades estuve presente. No sé si las contaré en riguroso orden cronológico, debido a las chanzas de Borges, ya que después, algunas aparecieron en "De jardines ajenos" de Bioy Casares. En 1956 fue designado Doctor Honoris Causa de la Universidad Nacional de Cuyo. Fue su primer doctorado. Llegó a Mendoza en tren, en compañía de su madre, Leonor Acevedo. Esa mañana lo esperábamos, junto a varios escritores locales, en la estación San Martín.
-¡Maestro!- le dijeron. Y tras los saludos, le preguntaron qué estaba escribiendo.
-En el tren era difícil dictarle a madre -dijo-; pero he pensado algunas coplas, esas que parecen de todos y que ya debieran estar escritas.
Le rogaron que recitara alguna y Borges primero separó suavemente a su madre diciéndole: "Vaya para allá, madre, por favor". Entonces dijo:
"Hay en medio de la plaza
del pueblo de Pehuajó
un letrerito que dice
la p.....que...... "
Al estilo payada, Ruiz Díaz agregó: "Una plaza y un ombú hay en el pueblo de Pando y un perrito negro y blanco que te va a sacar ca....... Las risas distendieron los ánimos y se produjo el acercamiento cordial que quedaba trunco frente a Borges, debido a su respetada y temida intelectualidad. De allí fuimos al Instituto de Lenguas y Literaturas Modernas -así se llamaba entonces- en calle 9 de Julio. Dos alumnas -Magda Castelvi y Marta Gómez- buscaban algo en el fichero y al volverse, vieron a Borges. -¡Profesor Borges! -exclamaron efusivas y emocionadas.
Al atardecer, realizaron el acto académico en el Decanato de la Facultad de Filosofía y Letras. Tras la parte protocolar, Borges agradeció: -¡Qué bueno! -dijo, acariciando el tubo que contenía el diploma-. ¿Así vienen los diplomas? ¡Cómo se van a divertir mis sobrinos! ¡Muchas gracias! Hoy por la mañana, unos colegas que fueron a recibirme a la estación, me dijeron ¡Maestro!. Y yo no soy maestro. Después, en el Instituto de Ruiz Díaz, unas alumnas me dijeron ¡Profesor!. Y yo no soy profesor. Y ahora me dan una mención universitaria. ¡Qué carrera rápida que he hecho!. Voy a decirle a mis amigos que no pierdan el tiempo en Buenos Aires y que se vengan sin tardanza a Mendoza.
Esta anécdota está contada por Ruiz Díaz en su homenaje a Borges pero, debido a la ocasión, no fue contada en su totalidad.

Estudiantes pobres
Por los años '60 -entonces las universidades eran prósperas- fuimos a Buenos Aires con el profesor Adolfo Ruiz Díaz y con su adjunto, profesor Dennis Cardozo. Eramos unos siete u ocho que íbamos para ver una muestra de pintura nacional, conocer el Museo Nacional de Bellas Artes, recorrer librerías y visitar los monumentos escultóricos importantes. Era obligatoria una visita a la Biblioteca Nacional y conocer a Borges, su director. ¡Qué placer fue conocerlo! Sereno, reconcentrado, palpando a su paso el lomo de los libros.
Después, ya sentado, nos dijo que no había placer más noble que leer. ¡Lean, muchachos!, lean, lean siempre y mucho. Lean por placer. Los profesores de literatura tienen la mala costumbre de analizar tanto un poema, una prosa, una obra de teatro, que la pierden de vista. ¡La destrozan, diría yo! ¡No hagan eso cuando enseñen!. Inciten, propaguen, disfruten.
La entrevista había terminado. Teníamos entradas (regaladas) para ir al Colón a ver "Carmina Burana", con orquesta, ballet, coro y solistas de ese teatro, dirigidos por el maestro Emilio Martini.
-¡Antonio! -dijo Borges-, ¿qué pueden tomar estos muchachos para ir al Colón?. Que los deje cerca, ¿eh?, colectivo, ¡por supuesto!. Son estudiantes. Son pobres.
A propósito de Antonio, recuerdo otra ocasión, también en la Biblioteca, con otra gente. Sonó el teléfono. Atendió, se asomó a la puerta y dijo: "¡Antonio!, ¡teléfono!"
Cuando terminó de atender, su madre le dijo disgustada: "Georgie: ¿cómo llamás al portero cuando estás con gente? ¡Caramba!
-Madre: era la novia -dijo Borges.
Aquella noche, después de la espléndida versión de "Carmina Burana", con los ecos y los consejos en la voz de Borges, fuimos a sentarnos -no sé por qué- a la plaza Constitución, casi mudos y felices.
Al año siguiente, una nueva promoción de compañeros emprendió la misma hazaña. Esta vez lo encontraron caminando por Florida. Fueron a un bar y conversaron de cosas diversas. Una alumna, emocionada, le dijo:
-Estoy leyendo un libro de poemas suyos.
-¿Sí?, ¿cuál?
-A ver (estaba muy nerviosa), no me acuerdo.
-¡Ah!, ¿se acuerda del poema?
-¡Ay!, tampoco.
-Pero entonces escribí el libro ideal: ¡la página en blanco!
A pesar de los nervios y el sofocón de la alumna, todos recordaban que Borges no había sido agresivo sino que se divirtió con sus sarcasmos y hasta fue tierno en las respuestas.

Zapatos literarios
Durante un viaje de Ruiz Díaz a Buenos Aires, encontró a Borges caminando por Florida y conversaron un rato.
B: -¡Qué suerte que lo encuentro! ¿Qué piensa hacer ahora?
R.D.:- Voy a comprarme zapatos en "Los Angelitos".
B: -Lo acompaño. Es triste ir solo a comprar zapatos. ¡A mí me da miedo!
Ya en el negocio, Ruiz Díaz comenzó a probarse zapatos.
B: -Camine, camine; que no le duelan. ¡Es horrible sentirse ajustado!
Mientras el vendeder busca y muestra varios modelos, ellos hacen comentarios sobre "La Iliada". El vendedor, caja de zapatos en mano, escucha con extrañeza. B: -¿Se acuerda de aquella traducción en latín? R.D.: -Siempre recuerdo la traducción francesa de...
El diálogo erudito dura unos minutos y el vendedor, oficioso, comenta: "Parece que a los señores les gusta la literatura. B: No; solamente cuando compramos zapatos.

El inventor de Borges
En setiembre de 1984 hubo un congreso de literatura en San Juan. Ruiz Díaz y yo fuimos invitados. Al bajar del escenario del Teatro Sarmiento, nos acercamos y cuando Ruiz Díaz le dio la mano, Borges giró la cabeza a izquierda y derecha y dijo: "¡Aquí está el hombre que me inventó!". (Se refería, como algunos saben, al libro que Ruiz Díaz escribió sobre su obra en 1955).
La primera jornada fue larga. Teatro Sarmiento. Nueve de la mañana. Luego, almuerzo en una bodega alejada de la ciudad. Larga espera para el almuerzo. A las seis, acto en el bellísimo Auditorium. A continuación, una exposición de pintura. Por último, regreso al hotel. Borges, invitado de honor, había participado de todo y recibido el Doctor Honoris Causa de manos de Alfonsín. Había llegado a las ocho de la mañana y el almuerzo fue lindísimo pero la larga espera se debió a las decenas de preguntas sobre los más variados temas. Las respuestas, por supuesto, siempre lúcidas, muy pensadas y con aire divertido.
En el hotel comimos junto a Borges. ¡Qué noche! El maestro y Ruiz Díaz se pusieron a imaginar una antología de los diez poemas más importantes de toda la literatura. Que Homero, qué Góngora, que Darío, que Lope. Un tiroteo de versos cruzaba la mesa: en griego, en latín, en inglés, en francés. Manuela Mur, que se había acercado, dijo: "¡Qué monstruos! ¡No tener un grabador!".
Borges, que iba a comer liviano y a acostarse temprano porque "mañana madrugo de nuevo", comió liviano pero se quedó hasta la una de la mañana. Lo acompañé a su cuarto. Había elegido la parte más pequeña de la suite, que conoció durante unos minutos. Al llegar, revisó nuevamente los elementos con sus manos. Colgó el bastón en el cajón de la mesa de luz, entreabierto y dijo: "Para el lado de la pared, para no tropezarme". Puso a la mano su ropa de dormir y me preguntó: "¿Estará mal que no me bañe?" Le respondí que si yo tuviera que levantarme a las seis, me iría a dormir sin bañarme. Entonces, muy divertido, me dijo: "Gracias; usted lava mi conciencia".
Le di un beso y me despedí, sabiendo que difícilmente pudiera acompañarlo otra vez. Murió el 14 de junio de 1986 y Ruíz Díaz el 6 de junio de 1988.

20.11.06

Cómo odiábamos a Borges


Dios, cómo odiábamos a Borges. Digo nosotros, los de los años de gloria. Y hay una doble contradicción en esa frase, primero porque salvo Enrique que era judío, pero más por herencia que por creencia, los demás nos declarábamos ateos. Después, porque no se puede odiar lo desconocido. Era más fácil detestar al hombre, difamarlo y burlarse de sus afirmaciones hirientes cada vez que un micrófono se acercaba hambriento de notoriedad a preguntarle algo sobre la actualidad caliente, que animársele a sus cuentos que considerábamos una claudicación.
Para ese tiempo era hasta gratificante negarlo, elegir cualquier otro escritor que sí expresara lo que sentíamos, aquello que nos había sido revelado en esa semiliturgia que fueron los años setenta. Me acuerdo que a excepción de Raquel, profesora de Filosofía y Letras ella, y silenciosa sufriente de nuestros agravios, los demás nos permitíamos inferir que su anglofilia era una forma más de penetración del famoso imperialismo.
Supongo que Borges se reiría a solas y oscuro de nuestra necedad, vagando por los jardines bifurcados, con el muerto en robado caballo y bordura de tigre haciéndole de ladero. Nadie como él para desmitificar héroes y permitirles un rato de amor, de mando y de triunfo. Total, como diría Bandeira, ya estaban todos muertos.
Entre las penas que me acompañan, está aquella de saber que a muchos de mis compañeros se les negó el resto de vida necesario para encontrar a Borges. Las dos partes merecían conocerse.
Entre las culpas que me acompañan, está la de leerlo y disfrutarlo.



Por Laura Moyano

Para acercarse a Borges

Conocer a un escritor es entender su universo: sus fuentes literarias, sus temas recurrentes, sus obsesiones y sus sueños.
En el caso de Borges reducir este universo a una selección es un verdadero desafío. ¿Cómo abreviar a un escritor de tanta riqueza en una lista? La respuesta la encontré en las siguientes palabras de Emir Rodríguez Monegal: "Quizá la manera más eficaz de acceder al mundo literario que cubre el nombre de Jorge Luis Borges sea aceptar, de una vez por todas, que constituye una literatura dentro de otra literatura."


Para recomendar lecturas iniciales, entonces, he divido a esta literatura en sus distintos géneros.

:: Cuentos
Los siguientes cuentos, pertenecientes a Ficciones y El Aleph constituyen una muestra representativa de los temas y el estilo de literario de Borges:

Las ruinas circulares (Ficciones)
Funes el memorioso (Ficciones)
El Jardín de los senderos que se bifurcan (Ficciones)
La biblioteca de Babel (Ficciones)
La escritura del dios (El Aleph)
El Aleph (El Aleph)

:: Poesía
Con el transcurso del tiempo Borges fue puliendo su estilo poético utilizando deliberadamente palabras cada vez más sencillas. Es por eso que sus obras de los últimos años son las más accesibles y constituyen una excelente introducción a su universo poético. Por esta razón, siempre sugiero comenzar a leer su obra poética en orden cronológico reverso:

Los Conjurados (1985)
La Cifra (1981)
Historia de La Noche (1977)
La Moneda de Hierro (1976) ...
(Nota: estas cuatro obras se encuentran en el 3er volumen de las Obras Completas.)

Conferencias:
Para comenzar a conocer este aspecto de Borges recomiendo leer su serie de conferencias titulada Siete Noches, textos brillantes que no sólo demuestran la habilidad de Borges como conferencista sino también su universalidad, su interés en las literaturas de distintas regiones y épocas.
Otra buena introducción a Borges como conferencista es Borges Oral.

Ensayos:
Para comenzar a leer a Borges en su faceta de ensayista sugiero empezar por
Otras Inquisiciones (1952)
Historia de la Eternidad (1936)

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Toda selección de obras implica una exclusión; en la lista seguramente faltan cuentos, poemas y ensayos que más de un lector considera esenciales. Sin embargo, los textos presentes en este breve listado logran por lo general entusiasmar a nuevos lectores de Borges, que quedan intrigados y con deseo de leer más. Despertar ese interés es la modesta meta de esta breve selección borgeana.


Fuente: Internetaleph.com

Borges :: "el inventor del cuento borgeano"



Pequeña y escueta biografía:

El 24 de agosto de 1899, a los ocho meses de gestación, nace en Buenos Aires Jorge Luis Borges en casa de Isidoro Acevedo, su abuelo paterno. Es bilingüe desde su infancia y aprenderá a leer en inglés antes que en castellano por influencia de su abuela materna de origen inglés. Georgie, como es llamado en casa, tenía apenas seis años cuando dijo a su padre que quería ser escritor. A los siete años escribe en inglés un resumen de la mitología griega; a los ocho, La visera fatal, inspirado en un episodio del Quijote; a los nueve traduce del inglés "El príncipe feliz" de Oscar Wilde. En 1914, y debido a su ceguera casi total, el padre se jubila y decide pasar una temporada con la familia en Europa. Debido a la guerra, se instalan en Ginebra donde Gerorgie escribirá algunos poemas en francés mientras estudia el bachillerato (1914-1918). Su primera publicación registrada es una reseña de tres libros españoles escrita en francés para ser publicada en un periódico ginebrino. Pronto empezará a publicar poemas y manifiestos en la prensa literaria de España, donde reside desde 1919 hasta 1921, año en que los Borges regresan a Buenos Aires. El joven poeta redescubre su ciudad natal, sobre todo los suburbios del Sur, poblados de compadritos. Empieza a escribir poemas sobre este descubrimiento(1), publicando su primer libro de poemas, Fervor de Buenos Aires (1923). Instalado definitivamente en su ciudad natal a partir de 1924, publicará algunas revistas literarias y con dos libros más, Luna de enfrente e Inquisiciones, establecerá ya en 1925 su reputación de jefe de la más joven vanguardia. En los treinta años siguientes, Georgie se transforma en Borges; es decir: en uno de los más brillantes y más polémicos escritores de nuestra América. Cansado del ultraísmo (escuela experimental de poesía que se desarrolló a partir del cubismo y futurismo) que él mismo había traído de España, intenta fundar un nuevo tipo de regionalismo, enraizado en una perspectiva metafísica de la realidad. Escribe cuentos y poemas sobre el suburbio porteño, sobre el tango, sobre fatales peleas de cuchillo ("Hombre de la esquina rosada" (2),"El Puñal"(3)). Pronto se cansará también de este ismo y empezará a especular por escrito sobre la narrativa fantástica o mágica, hasta punto de producir durante dos décadas, 1930-1950, algunas de las más extraordinarias ficciones de este siglo (4) (Historia universal de la infamia,1935; Ficciones, 1935-1944; El Aleph, 1949; entre otros). En 1961 comparte con Samuel Beckett el Premio Formentor otorgado por el Congreso Internacional de Editores, y que será el comienzo de su reputación en todo el mundo occidental. Recibirá luego el título de Commendatore por el gobierno italiano, el de Comandante de la Orden de las Letras y Artes por el gobierno francés, la Insignia de Caballero de la Orden del Imperio Británico y el Premio Cervantes, entre otros numerosísimos premios y títulos. Una encuesta mundial publicada en 1970 por el Corriere della Sera revela que Borges obtiene allí más votos como candidato al Premio Nobel que Solzhenitsyn, a quien la Academia Sueca distinguirá ese año. El 27 de Marzo de 1983 publica en el diario La Nación de Buenos Aires el relato "Agosto 25, 1983", en que profetiza su suicidio para esa fecha exacta. Preguntado tiempo más tarde sobre por qué no se había suicidado en la fecha anunciada, contesta lisamente: "Por cobardía". Ese mismo año la Academia sueca otorga el Premio Nobel a William Golding; uno de los académicos denuncia la mediocridad de la elección. Todos siguen preguntándose por qué Borges es sistemáticamente soslayado. El premio a Golding parece dar la razón a los que dudan de que los académicos suecos sepan realmente leer. Jorge Luis Borges murió en Ginebra el 14 de junio de 1986.

18.10.06

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Astronomía
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Matemática
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13.10.06

Guernica













Fuentes y consultas:

http://www.culturageneral.net/pintura/cuadros/guernica.htm

http://www.terra.es/personal/asg00003/picasso/guernica.html
http://perso.orange.fr/art-deco.france/guernicesp.htm
http://www.fundacionpicasso.es/

http://www.picasso.fr/espagnol/

http://www.picassomio.com/PabloPicasso/es/


:: Guernica, cima del arte moderno
Por: Lisandro Otero / Fuente:
Rebelión

Guernica es un pueblecito de Vizcaya, en el corazón del país vasco. Tiene una importancia histórica y sentimental para los vascos porque allí se encuentra el árbol símbolo de sus libertades sagradas. El 26 de abril de 1937, día de mercado en que las calles estaban desbordantes de público, los aviones alemanes de la Legión Cóndor al servicio de Franco bombardearon Guernica durante tres horas y media por escuadrillas que se relevaban unas a otras en un incesante ataque sin pausas. Se lanzaron bombas explosivas y bombas incendiarias mezcladas sobre la población civil como un ensayo experimental de este tipo de asalto impetuoso que más tarde se usaría en la Segunda Guerra Mundial. El resultado fue que murieron dos mil personas y la aldea quedó totalmente arrasada.Una semana después Pablo Picasso tenía listos los primeros bocetos de un cuadro monumental que quería dedicar a la conmemoración de aquella masacre. Son varios dibujos a lápiz sobre papel azul y ya ha trazado las grandes líneas de la composición. Más de un centenar de estudios sobre aspectos particulares de la obra van conformando el conjunto. En su taller de la rue des Grands-Augustins trabaja afanosamente mientras que su amante de turno, Dora Maar, se percata que el genio está iniciando una de sus obras capitales y decide fotografiar las diversas etapas del avance de la pintura. La cabeza del caballo herido y aullante, en primer plano, dará una visión inicial del golpe dramático que provoca el cuadro. Otra, la madre que aprieta a su cuerpo a su hijo muerto. Los colores casi inexistentes dan paso al gris azulado que acentúa la tragedia. En junio de 1937 el cuadro es exhibido en el pabellón español, en París, e inmediatamente es reconocido como una de las obras esenciales del arte del siglo XX. Los símbolos del caballo y el toro quedan como alegorías del pueblo español martirizado por el fascismo y su mensaje acusador da la vuelta al mundo. Nunca antes se vio de manera más clara la eficacia del arte en la lucha política cuando se evade el panfleto directo y el relato simplista. España se dispone a conmemorar los 25 años de la llegada del Guernica a ese país, procedente del Museo de Arte Moderno de Nueva York; los 70 años del nombramiento del artista como director del Prado, y el 125º aniversario de su nacimiento. Al morir Picasso estipuló que el Guernica era propiedad del pueblo español pero que solamente volvería al suelo patrio cuando hubiese una democracia. Quedó depositado en el Museo de Arte Moderno de Nueva York. Algunos entendieron por esto la instauración de la república, pero en España sucedió a Franco una monarquía. Algunos argumentaron que una monarquía parlamentaria era suficiente democracia como para recuperar el cuadro. Tras arduas negociaciones entre el museo de Nueva York y los herederos del artista la obra por fin llegó a España en 1981 y fue alojada en el Casón del Buen Retiro antes de pasar al Museo Reina Sofía. El Museo del Prado y el Reina Sofía dedicarán una exposición conjunta a Pablo Picasso Los museos Picasso de Francia y España se preparan para los aniversarios Los museos Picasso de Barcelona, Málaga y París mostrarán la riqueza creativa del genio en sus distintas facetas artísticas con diversas exposiciones. Picasso fue nombrado en 1936 director del Museo del Prado, cargo que no llegó a ejercer, aunque ayudó a evacuar a Francia algunas de las joyas más relevantes de la pintura española organizando el traslado, realizado en camiones, hacia Valencia y Cataluña de obras como el Carlos V de Tiziano, o Los fusilamientos del 3 de mayo de Goya.El gran destructor de las formas, el renovador total de la representación de la realidad, fue dotado de una mano inflexible y pudo haber sido un gran pintor académico, de la categoría de Velázquez o Van Dyck, pero prefirió emprender la aventura más importante de la creación en la centuria que terminó. Las condiciones austeras de su vida en París inspiraron el período azul en el cual un triste decaimiento sostiene apenas sus figuras. La aparición de un nuevo amor cambió su paleta y comenzó el período rosa. El gran salto se producirá con Las señoritas de Avignon, que deja estupefactos a los demás pintores y críticos de arte de su generación. Allí comienza la separación entre lo que vemos y lo que se representa. Poco después, cuando realiza el Retrato de Gertrude Stein, se le reprocha el poco parecido entre la escritora y el óleo y Picasso replica "no importa, ya se parecerá". Sus cambios frecuentes de estilo justificaron su frase: "yo no busco, encuentro". Y el secreto de la creación nadie lo expresó mejor que él: "un cuadro no se termina nunca, simplemente se abandona".

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Fuente: http://www.artfaq.it/modules/mydownloads/singlefile.php?cid=1&lid=9

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Fuente :: http://www.billjaynes.com/guernica.htm